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10 de febrero de 2015

Costumbres - Las campanas



Las campanas



Para mi último informante, la campana es el título de posesión de unas tierras. «A los carboneros le caía mu lejos Trujillo pa ir a misa, así que fueron al obispo: Mire; queremos que nos haga una iglesia en esta finca, que Trujillo fíjese dónde cae. Con que va y nos jace la iglesia; después va y nos coloca una mala esquila en el campanario, que sonaba menos que una manta con un palo. Así fue la tierra que nos dieron, un cagajón en mitá de (las tierras) trujillanas, el término más chico de Cáceres. Los de Torrecilla de la Tiesa lo jicieron mejor pa pegarle un buen bocao a los trujillanos» (11). El perder las campanas, no importa cuáles sean las razones, acarrea el ser desposeídos de la jurisdicción y la imposibilidad de una recuperación posterior. Son distintas las causas que los cacereños achacan a la existencia de los numerosos despoblados esparcidos por la geografía provincial, sin que en ningún caso falte el elemento tantas veces reseñado. De este modo Cáceres llegó a desaparecer porque «no pagaban la gumia (impuesto) al Duque de Alba, de mo que a la tercera el duque se cansó y le tumbó el campanario; las campanas se las llevó a Granadilla, de mo que Cáceres se queó sin campanas. Venían los cabreros de pa Castilla y de p'aquí tamién iban, como si na, porque los de Cáparra no podían tocar las campanas pa decir que la tierra era suya. Cada uno tiraba pa donde bien le apetaba, de mo que Cáparra s'acabó» (12). Lo mismo se cuenta respecto al despoblado de Casas de Valverde, aunque en este caso el usurpador fue el obispo de Coria (13). Otras veces son los mismos vecinos los que se apoderan por la fuerza de las campanas de los pueblos que los oprimen y las instalan en sus respectivas iglesias, adquiriendo la titularidad sobre aquellos territorios. Referencia obligada son, entre otros, los despoblados de Poveda y Alija (14), San Román (15), Asperilla (16) y Avellaneda (17). Un caso distinto lo configura Marchagaz, cuyos habitantes «estaban jartos de andar solitarios, que pensaron romper la campana de la su iglesia y venirse pa Coria, con lo que estar más defendíos; se vinieron y ya, con los santos de la iglesia y to» (18).

A principios de los años sesenta los últimos habitantes de Granadilla fueron obligados a abandonar el pueblo. Las aguas del embalse del Molinillo, hoy Gabriel y Galán, alcanzaban su cota máxima, sin que ello significara la inmersión del casco urbano y de gran parte de las tierras de cultivo. Hubo alguna resistencia pasiva que nada pudo contra las expropiaciones forzosas y los métodos poco ortodoxos. En el año 1983, el día de los Santos, una de las pocas fechas en que se abre el recinto amurallado, visité el lugar y vi cómo la campana de la torre de la iglesia estaba caída sobre el tejado. Aquello que no parecía más que una consecuencia del estado semirruinoso de la fábrica, guardaba unas connotaciones más profundas, como pude deducir de las palabras de un viejo vecino de Granadilla: «Lo primerito que jizon cuando mos echaron..., tumbar la campana. Cuando jacen un pueblo ponen antes de to la campana, pa decir que ya hay pueblo. En Alagón (donde fueron trasladados los habitantes de Granadilla) construyeron el campanario y las campanas estaban antes que las casas. Se nota que de siempre jacen asina. Dende siempre, dende antiguo lo han jecho. Al quitar un pueblo... ¡juera campanas! Si las campanas no hablan, que me digan a mí qué van a hablar las gentes. Aquí quitaron las campanas y ¡hala!, y mos quitaron el pueblo, las tierras y to. Si no hay campanas no hay na».

Desconozco con exactitud en cuántas localidades cacereñas se tocan actualmente las campanas con el firme propósito de «alejar la truena» (48), aunque no faltan ejemplos que aluden a esta finalidad. En el convento de clausura de Coria, cuando aprecian la inminencia de la tormenta, las monjas tocan la esquila pa que la comunidad rece el trisagio de la Santísima Trinidad y el cielo se clarea». Estando en Cabezabellosa se formó una tormenta a la hora de la misa de la noche del sábado. Una beata animaba a dos medrosos muchachos para que subieran «a dar el toque de entrar..., porque los rayos no se caen donde se toca una campana». Tal aseveración, por desgracia, no coincide con los testimonios que se recogen en los libros parroquiales sobre abonos pecuniarios a viudas de sacristanes que murieron agarrados al badajo cuando intentaban librar al municipio del acechante peligro (49). En Torre de Don Miguel, «si el reloj da la hora cuando se aproxima la tormenta, no hay peligro». Lógicamente, el reloj está colocado en la torre de la iglesia. A una campana de Zarza de Granadilla la conocen con el nombre de Bárbara y sus tañidos tienen fama de detener las tempestades en los límites con Salamanca, «pero ya no la tocan». Al poder de los ruidos campaniles se une en este caso la especial virtud que emana de la onomástica. Bárbara es el nombre abreviado de Santa Bárbara, protectora de la tormenta, a la que se recuerda siempre con el primer trueno:

Santa Bárbara bendita,
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita.

En las poblaciones cacereñas se celebran numerosas fiestas primaverales, en las que el carácter agrario salta a la vista. Destacamos entre ellas las que van de Pascua a San Isidro. Las gentes que acuden a sus misas siguen pensando que su finalidad es la de alejar el peligro del término, y tanto el toque de la campana como el acto litúrgico que anuncian se denominan «de los buenos temporales». Tal ocurre en las romerías de Villanueva de la Vera (San Isidro), Aliseda (Virgen del Campo), Torrejón el Rubio (Virgen de Monfragüe), Ahigal (Santa Marina), Cañaveral (San Benito), Arroyo de la Luz (Virgen de la Luz), Torre de Don Miguel (Virgen de Bienvenida), La Garganta (San Gregorio), Alcántara (Virgen de los Hitos), Valdeobispo (Virgen de Valverde) y Torrecilla de la Tiesa (San Gregorio). Durante la procesión en torno al santuario no falta «la bendición de los campos» por parte del sacerdote. En Serradilla, el día nueve de mayo festeja la hermandad de agricultores a San Gregorio, y su imagen es llevada procesionalmente al Ejido y se le hace que mire alternativamente a los cuatro puntos cardinales, al tiempo que se bendicen los campos en esas cuatro direcciones (52). El procurar la fertilidad de la tierra mediante la ritualización es algo que preocupa únicamente a los campesinos. Pero al no estar investidos de «la gracia del cura que le da el obispo cuando lo ordena» (53), no pueden ser elementos activos en la ritualización y, en consecuencia, han de valerse del sacerdote para el logro de sus fines. Se le encarga un trabajo, por cuya ejecución él pone un precio no siempre asequible. No hace mucho oí a un sacerdote decir que «sólo hacía la romería si había mayordomo» o, lo que es igual, si su trabajo iba a ser remunerado. «La romería la recuperamos nosotros, la Agrupación Cultural la recuperó, que estaba perdía hacía treinta años. Toa la gente colaboró con alguna cosa, de manera que nosotros pensamos que el cura también colaboraba, así que no le pagamos na. Era el primer año y la gente tenía ganas de fiesta. En la bandeja sacó dos bolsas de plástico llenas de perras, la tira. Así que nosotros no le dimos ni una gorda. Decía el sacristán que había que darle al cura cinco mil pesetas y tovía las estará esperando. Pos cogió el tío y sin decirnos na va y anuncia en la misa del Año Nuevo que la mayordomía de Santa Marina la tenía el barril de Santa Marina. Con esos puede mangonear y con nosotros no podía..., y tiene seguras las cinco mil pápiras, que con nosotros, ya, ya» (54). Por Campo Arañuelo y por la Vera de Plasencia, en los días posteriores a la Semana Santa, «cada casa» suele llevarle a los párrocos diversos regalos (huevos,.gallinas, conejos, garbanzos...) o dinero, lo que sirve de «iguala pa los conjuros de los truenos en la Pascua y en las tormentas del verano, las mu puñeteras» (55). En la Serrana de la Vera, de Vélez de Guevara, nos encontramos al cura de Garganta la Olla en su papel de conjurador del «ñublo» esporádico (56). Un pago «a posteriori» continúan recibiendo los sacerdotes de la Tierra de Granadilla, que de ningún modo ha de verse como herencia del cobro de diezmos, según se desprende de las informaciones de los propios interesados: «Se da un año de buenas brevas..., las mejores brevas pa la casa del cura; que de sandías..., al cura las más gordas... To lo bueno, al cura. Bien pagao está, porque lo uniquito que tiene que jacer es leer el misal pa las tormentas» (57). «Las boas septembrinas, las más buenas o las más malinas. En las buenas hay pa tos; en las malas, pa naide. En las buenas el cura se lleva una lonja (cuarto trasero de un cabrito) que quita el jipo. Si quiere una lonja buena, pos que rece pa que venga el tiempo aparente, que lo suyo tie que ser comer de gorra y rezar los responsos en el invierno y los trisagios en el verano» (58).

La tormenta es un elemento perturbador ajeno a la comunidad. Siempre se forma fuera de los límites por ésta establecidos. «Aquí nos mandan la tormenta los de Portugal. Cuando tiran los cohetes nos la mandan» (59). «Al otro lao de Castilla no descargan nunca. El caso es que se enrean en Castilla y nos toca a nosotros pagar las consecuencias» (60) .Castellanos y portugueses son los únicos culpables de los males derivados de las tempestades. Están fuera de los límites provinciales, y no sólo no impiden la formación de las tormentas, sino que hacen todo lo que está en sus manos para alejarlas de las propias demarcaciones territoriales. «En Avila se jartan de tocar las campanas y ponen cardo en el tejao. No hay derecho. Si no quieren ellos las tormentas, que se aguanten, que tampoco las queremos en el valle. No hay derecho que nos toquen las campanas» (61). Para este informante, la licitud de los mecanismos ahuyentadores está en relación con quien los pone en práctica. De hecho, sanciona métodos que cuando él los ejecuta son completamente legales. Tampoco siempre hay que buscar los culpables más allá de las fronteras provinciales y nacionales. Aldeanueva del Camino y Gargantilla se han acusado mutuamente de «echarse la tormenta» el uno al otro. «No sólo nos quitan el agua; también nos mandan la troná» (62). En Hernán Pérez achacan lo mismo a algunos pueblos de la Sierra de Gata: «De que queman el monte se preparan tormentas... Son ellos los que lo queman quisiendo. Saben lo de las tormentas y lo queman. El daño es aquí, porque las tormentas tiran a bajar de la sierra. Lo jacen a mala leche de tenernos ojeriza». Aquí los serranos son causantes indirectos de la formación de las tormentas y de los males que éstas ocasionan en las tierras alejadas de su área geográfica. Pero también encontramos ciertas narraciones míticas en la provincia de Cáceres que nos presentan al nubero o hacedor de tempestades. Creo haber demostrado en otro lugar que la ya citada Serrana de la Vera no es otra que la personificación de un genio de la montaña que fragua y dirige las borrascas desde la Sierra de Tormantos contra los que no cumplen con ellas. Se defienden los campesinos levantando cruces en sus campos, y el sacristán de Garganta la Olla «mata candelas» cada vez que los negros nubarrones asoman por la cima» (63). «En las nubes del verano viene un mal bicho y ése es el bicho que conduce los rayos y los truenos... Cuando la tormenta se acaba, el bicho desaparece, se muere. Digo yo que cuando le pegan tiros a las nubes, tiran a matarlo» (64). Por la comarca de la Tierra de Granadilla el genio habitador de las nubes es «un demonio enfáu». La presencia de tal demonio en el foco de la tempestad es conocida en la práctica totalidad de la provincia, ya bajo el prisma de la escatología cristiana, ya como un ente mítico. Aún hoy se le sigue explicando con cierta convicción a los niños que la tormenta surge «cuando luchan los ángeles buenos y los diablos» (65), o que los truenos son los ruidos que producen las «cadenas que arrastran los demonios por el infierno al ir de un lao pa otro» (66), o que la tempestad responde a un momento de ira divina: «Nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. El otro tiempo ni de Dios. Como no se reza ni la gente es buena, Dios tiene que cansarse de darnos la sopa boba sin cambio de un Padrenuestro y un Gloria. Nadie se acuerda de mí..., pos voy a que os acordéis; os vais a enterar. Entonces deja las manos libres al demonio, y tormenta que te crió. ¡Vaya que si se reza! A Santa Bárbara, a la Virgen del Carmen, al Espíritu Santo si se precisa... A rezar como descosíos. Algún año,¡jcoño, las nubes! y tocan las campanas p'avisar pa que recemos tos al tiempo, pa encender vela y echar mano del cardo santo» (67).

(11) Aldea de Trujillo.
(12) Zarza de Granadilla.
(13) Ahigal.
(14) Bohonal de lbor.
(15) Peraleda de San Román.
(16) Casas del Castañar.
(17) Castañar de Ibor.
(18) Coria.
(48) Valverde del Fresno.
(49) SANCHEZ PRIETO, N.: "Introducción apresurada a una Historia mágica de España", en X Col. Hª de Extremadura. Trujillo, 1980.
(52) ACIJA, D.: El libro del monasterio de Guadalupe. Cáceres, 1953.
(53) Malpartida de Cáceres.
(54) Ahigal.
(55) Almaraz.
(56) DOMINGUEZ MORENO, J. M.: "Rituales de fertilidad en las bodas populares extremeñas", en Agla. Montijo, 1986.
(57) Guijo de Granadilla.
(58) Ahigal.
(59) Eljas.
{60) Cabezuela del Valle.
(61) Guijo de Santa Bárbara.
(62) Aldeanueva del Camino.
(63) Nota 56.
(64) Galisteo.
(65) Cedillo.
(66) Garrovillas.
(67) Descargamaría

Domínguez Moreno, José María
Las Campanas en la provincia de Cáceres: Simbolismo de identidad y agregación
Año: 1988 Revista número: 96 (pp. 183-193)


Sin embargo, por toda la geografía cacereña se ha impuesto la sustitución del «nombre de pila» por otro más popular, atendiendo a aspectos dispares: dimensiones, acústica, función...Así «Alta Clara» y «Camacha» relegan al olvido a los primitivos de San Gervasio y San Protasio, dos de las campanas de la catedral de Plasencia. La campana llamada Virgen de la Soledad, de la ermita de San Pedro de Torrejoncillo, pasará a denominarse «La Romera», por llamar a la salida campestre del lunes de Pascuas. La Santa Bárbara de la iglesia de Zarza de Granadilla será sólo «Bárbara». De otras se desconoce la denominación primitiva, aunque no la debida al ingenio del pueblo. Sirvan las siguientes como muestra: «Leona» y «Cachorra», las del santuario de Nuestra Señora del Puerto, en Plasencia; «Grande», «Clara» y «María Gallina», de Ahigal, encargada esta última de los toques del ángelus; «Madrina», la que en Marchagaz pregona los bautizos; «Sargenta», la que marca la hora de la comida en Abadía; «Gorda» (dobla a difuntos), «Sermonera» (toca a misa), «Pascualeja» (tañe a bautizos) y «Alcagüeta» (anuncia la toma de posesión de los canónigos), de la catedral de Coria (31).

Domínguez Moreno, José María
 Las campanas extremeñas en el contexto antropológico
(Este trabajo viene a complementar al que, bajo el título de «Las campanas en la provincia de Cáceres: simbolismo de identidad y agregación», apareció en el número 96 de la REVISTA DE FOLKLORE, págs. 183 y ss.)
Año: 1990 Revista número: 112 (pp. 130-137)