Las campanas
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Para mi
último informante, la campana es el título de posesión de unas tierras. «A
los carboneros le caía mu lejos Trujillo pa ir a misa, así que fueron al
obispo: Mire; queremos que nos haga una iglesia en esta finca, que Trujillo
fíjese dónde cae. Con que va y nos jace la iglesia; después va y nos coloca
una mala esquila en el campanario, que sonaba menos que una manta con un palo.
Así fue la tierra que nos dieron, un cagajón en mitá de (las tierras)
trujillanas, el término más chico de Cáceres. Los de Torrecilla de la Tiesa
lo jicieron mejor pa pegarle un buen bocao a los trujillanos» (11). El perder
las campanas, no importa cuáles sean las razones, acarrea el ser desposeídos
de la jurisdicción y la imposibilidad de una recuperación posterior. Son
distintas las causas que los cacereños achacan a la existencia de los
numerosos despoblados esparcidos por la geografía provincial, sin que en
ningún caso falte el elemento tantas veces reseñado. De este modo Cáceres
llegó a desaparecer porque «no pagaban la gumia (impuesto) al Duque de Alba,
de mo que a la tercera el duque se cansó y le tumbó el campanario; las
campanas se las llevó a Granadilla, de mo que Cáceres se queó sin campanas.
Venían los cabreros de pa Castilla y de p'aquí tamién iban, como si na,
porque los de Cáparra no podían tocar las campanas pa decir que la tierra era
suya. Cada uno tiraba pa donde bien le apetaba, de mo que Cáparra s'acabó»
(12). Lo mismo se cuenta respecto al despoblado de Casas de Valverde, aunque
en este caso el usurpador fue el obispo de Coria (13). Otras veces son los
mismos vecinos los que se apoderan por la fuerza de las campanas de los
pueblos que los oprimen y las instalan en sus respectivas iglesias,
adquiriendo la titularidad sobre aquellos territorios. Referencia obligada
son, entre otros, los despoblados de Poveda y Alija (14), San Román (15),
Asperilla (16) y Avellaneda (17). Un caso distinto lo configura Marchagaz,
cuyos habitantes «estaban jartos de andar solitarios, que pensaron romper la
campana de la su iglesia y venirse pa Coria, con lo que estar más defendíos;
se vinieron y ya, con los santos de la iglesia y to» (18).
A
principios de los años sesenta los últimos habitantes de Granadilla fueron
obligados a abandonar el pueblo. Las aguas del embalse del Molinillo, hoy
Gabriel y Galán, alcanzaban su cota máxima, sin que ello significara la
inmersión del casco urbano y de gran parte de las tierras de cultivo. Hubo
alguna resistencia pasiva que nada pudo contra las expropiaciones forzosas y
los métodos poco ortodoxos. En el año 1983, el día de los Santos, una de las
pocas fechas en que se abre el recinto amurallado, visité el lugar y vi cómo la
campana de la torre de la iglesia estaba caída sobre el tejado. Aquello que
no parecía más que una consecuencia del estado semirruinoso de la fábrica,
guardaba unas connotaciones más profundas, como pude deducir de las palabras
de un viejo vecino de Granadilla: «Lo primerito que jizon cuando mos
echaron..., tumbar la campana. Cuando jacen un pueblo ponen antes de to la
campana, pa decir que ya hay pueblo. En Alagón (donde fueron trasladados los
habitantes de Granadilla) construyeron el campanario y las campanas estaban
antes que las casas. Se nota que de siempre jacen asina. Dende siempre, dende
antiguo lo han jecho. Al quitar un pueblo... ¡juera campanas! Si las campanas
no hablan, que me digan a mí qué van a hablar las gentes. Aquí quitaron las
campanas y ¡hala!, y mos quitaron el pueblo, las tierras y to. Si no hay
campanas no hay na».
Desconozco
con exactitud en cuántas localidades cacereñas se tocan actualmente las
campanas con el firme propósito de «alejar la truena» (48), aunque no faltan
ejemplos que aluden a esta finalidad. En el convento de clausura de Coria,
cuando aprecian la inminencia de la tormenta, las monjas tocan la esquila pa
que la comunidad rece el trisagio de la Santísima Trinidad y el cielo se
clarea». Estando en Cabezabellosa se formó una tormenta a la hora de la misa
de la noche del sábado. Una beata animaba a dos medrosos muchachos para que
subieran «a dar el toque de entrar..., porque los rayos no se caen donde se
toca una campana». Tal aseveración, por desgracia, no coincide con los
testimonios que se recogen en los libros parroquiales sobre abonos
pecuniarios a viudas de sacristanes que murieron agarrados al badajo cuando
intentaban librar al municipio del acechante peligro (49). En Torre de Don
Miguel, «si el reloj da la hora cuando se aproxima la tormenta, no hay
peligro». Lógicamente, el reloj está colocado en la torre de la iglesia. A
una campana de Zarza de Granadilla la conocen con el nombre de Bárbara y sus
tañidos tienen fama de detener las tempestades en los límites con Salamanca,
«pero ya no la tocan». Al poder de los ruidos campaniles se une en este caso
la especial virtud que emana de la onomástica. Bárbara es el nombre abreviado
de Santa Bárbara, protectora de la tormenta, a la que se recuerda siempre con
el primer trueno:
Santa
Bárbara bendita,
que en
el cielo estás escrita
con
papel y agua bendita.
En las
poblaciones cacereñas se celebran numerosas fiestas primaverales, en las que
el carácter agrario salta a la vista. Destacamos entre ellas las que van de
Pascua a San Isidro. Las gentes que acuden a sus misas siguen pensando que su
finalidad es la de alejar el peligro del término, y tanto el toque de la
campana como el acto litúrgico que anuncian se denominan «de los buenos
temporales». Tal ocurre en las romerías de Villanueva de la Vera (San
Isidro), Aliseda (Virgen del Campo), Torrejón el Rubio (Virgen de Monfragüe),
Ahigal (Santa Marina), Cañaveral (San Benito), Arroyo de la Luz (Virgen de la
Luz), Torre de Don Miguel (Virgen de Bienvenida), La Garganta (San Gregorio),
Alcántara (Virgen de los Hitos), Valdeobispo (Virgen de Valverde) y
Torrecilla de la Tiesa (San Gregorio). Durante la procesión en torno al
santuario no falta «la bendición de los campos» por parte del sacerdote. En
Serradilla, el día nueve de mayo festeja la hermandad de agricultores a San
Gregorio, y su imagen es llevada procesionalmente al Ejido y se le hace que
mire alternativamente a los cuatro puntos cardinales, al tiempo que se
bendicen los campos en esas cuatro direcciones (52). El procurar la
fertilidad de la tierra mediante la ritualización es algo que preocupa
únicamente a los campesinos. Pero al no estar investidos de «la gracia del
cura que le da el obispo cuando lo ordena» (53), no pueden ser elementos
activos en la ritualización y, en consecuencia, han de valerse del sacerdote
para el logro de sus fines. Se le encarga un trabajo, por cuya ejecución él
pone un precio no siempre asequible. No hace mucho oí a un sacerdote decir
que «sólo hacía la romería si había mayordomo» o, lo que es igual, si su
trabajo iba a ser remunerado. «La romería la recuperamos nosotros, la
Agrupación Cultural la recuperó, que estaba perdía hacía treinta años. Toa la
gente colaboró con alguna cosa, de manera que nosotros pensamos que el cura
también colaboraba, así que no le pagamos na. Era el primer año y la gente
tenía ganas de fiesta. En la bandeja sacó dos bolsas de plástico llenas de
perras, la tira. Así que nosotros no le dimos ni una gorda. Decía el
sacristán que había que darle al cura cinco mil pesetas y tovía las estará
esperando. Pos cogió el tío y sin decirnos na va y anuncia en la misa del Año
Nuevo que la mayordomía de Santa Marina la tenía el barril de Santa Marina.
Con esos puede mangonear y con nosotros no podía..., y tiene seguras las
cinco mil pápiras, que con nosotros, ya, ya» (54). Por Campo Arañuelo y por
la Vera de Plasencia, en los días posteriores a la Semana Santa, «cada casa»
suele llevarle a los párrocos diversos regalos (huevos,.gallinas, conejos,
garbanzos...) o dinero, lo que sirve de «iguala pa los conjuros de los
truenos en la Pascua y en las tormentas del verano, las mu puñeteras» (55).
En la Serrana de la Vera, de Vélez de Guevara, nos encontramos al cura de
Garganta la Olla en su papel de conjurador del «ñublo» esporádico (56). Un pago
«a posteriori» continúan recibiendo los sacerdotes de la Tierra de
Granadilla, que de ningún modo ha de verse como herencia del cobro de
diezmos, según se desprende de las informaciones de los propios interesados:
«Se da un año de buenas brevas..., las mejores brevas pa la casa del cura;
que de sandías..., al cura las más gordas... To lo bueno, al cura. Bien pagao
está, porque lo uniquito que tiene que jacer es leer el misal pa las
tormentas» (57). «Las boas septembrinas, las más buenas o las más malinas. En
las buenas hay pa tos; en las malas, pa naide. En las buenas el cura se lleva
una lonja (cuarto trasero de un cabrito) que quita el jipo. Si quiere una
lonja buena, pos que rece pa que venga el tiempo aparente, que lo suyo tie
que ser comer de gorra y rezar los responsos en el invierno y los trisagios
en el verano» (58).
La
tormenta es un elemento perturbador ajeno a la comunidad. Siempre se forma
fuera de los límites por ésta establecidos. «Aquí nos mandan la tormenta los
de Portugal. Cuando tiran los cohetes nos la mandan» (59). «Al otro lao de
Castilla no descargan nunca. El caso es que se enrean en Castilla y nos toca
a nosotros pagar las consecuencias» (60) .Castellanos y portugueses son los
únicos culpables de los males derivados de las tempestades. Están fuera de
los límites provinciales, y no sólo no impiden la formación de las tormentas,
sino que hacen todo lo que está en sus manos para alejarlas de las propias
demarcaciones territoriales. «En Avila se jartan de tocar las campanas y
ponen cardo en el tejao. No hay derecho. Si no quieren ellos las tormentas,
que se aguanten, que tampoco las queremos en el valle. No hay derecho que nos
toquen las campanas» (61). Para este informante, la licitud de los mecanismos
ahuyentadores está en relación con quien los pone en práctica. De hecho,
sanciona métodos que cuando él los ejecuta son completamente legales. Tampoco
siempre hay que buscar los culpables más allá de las fronteras provinciales y
nacionales. Aldeanueva del Camino y Gargantilla se han acusado mutuamente de
«echarse la tormenta» el uno al otro. «No sólo nos quitan el agua; también
nos mandan la troná» (62). En Hernán Pérez achacan lo mismo a algunos pueblos
de la Sierra de Gata: «De que queman el monte se preparan tormentas... Son
ellos los que lo queman quisiendo. Saben lo de las tormentas y lo queman. El
daño es aquí, porque las tormentas tiran a bajar de la sierra. Lo jacen a
mala leche de tenernos ojeriza». Aquí los serranos son causantes indirectos
de la formación de las tormentas y de los males que éstas ocasionan en las
tierras alejadas de su área geográfica. Pero también encontramos ciertas
narraciones míticas en la provincia de Cáceres que nos presentan al nubero o
hacedor de tempestades. Creo haber demostrado en otro lugar que la ya citada
Serrana de la Vera no es otra que la personificación de un genio de la
montaña que fragua y dirige las borrascas desde la Sierra de Tormantos contra
los que no cumplen con ellas. Se defienden los campesinos levantando cruces
en sus campos, y el sacristán de Garganta la Olla «mata candelas» cada vez
que los negros nubarrones asoman por la cima» (63). «En las nubes del verano
viene un mal bicho y ése es el bicho que conduce los rayos y los truenos...
Cuando la tormenta se acaba, el bicho desaparece, se muere. Digo yo que
cuando le pegan tiros a las nubes, tiran a matarlo» (64). Por la comarca de
la Tierra de Granadilla el genio habitador de las nubes es «un demonio
enfáu». La presencia de tal demonio en el foco de la tempestad es conocida en
la práctica totalidad de la provincia, ya bajo el prisma de la escatología
cristiana, ya como un ente mítico. Aún hoy se le sigue explicando con cierta
convicción a los niños que la tormenta surge «cuando luchan los ángeles
buenos y los diablos» (65), o que los truenos son los ruidos que producen las
«cadenas que arrastran los demonios por el infierno al ir de un lao pa otro»
(66), o que la tempestad responde a un momento de ira divina: «Nos acordamos
de Santa Bárbara cuando truena. El otro tiempo ni de Dios. Como no se reza ni
la gente es buena, Dios tiene que cansarse de darnos la sopa boba sin cambio
de un Padrenuestro y un Gloria. Nadie se acuerda de mí..., pos voy a que os
acordéis; os vais a enterar. Entonces deja las manos libres al demonio, y
tormenta que te crió. ¡Vaya que si se reza! A Santa Bárbara, a la Virgen del
Carmen, al Espíritu Santo si se precisa... A rezar como descosíos. Algún
año,¡jcoño, las nubes! y tocan las campanas p'avisar pa que recemos tos al
tiempo, pa encender vela y echar mano del cardo santo» (67).
(11)
Aldea de Trujillo.
(12)
Zarza de Granadilla.
(13)
Ahigal.
(14)
Bohonal de lbor.
(15)
Peraleda de San Román.
(16)
Casas del Castañar.
(17)
Castañar de Ibor.
(18)
Coria.
(48)
Valverde del Fresno.
(49)
SANCHEZ PRIETO, N.: "Introducción apresurada a una Historia mágica de
España", en X Col. Hª de Extremadura. Trujillo, 1980.
(52)
ACIJA, D.: El libro del monasterio de Guadalupe. Cáceres, 1953.
(53)
Malpartida de Cáceres.
(54)
Ahigal.
(55)
Almaraz.
(56)
DOMINGUEZ MORENO, J. M.: "Rituales de fertilidad en las bodas populares
extremeñas", en Agla. Montijo, 1986.
(57)
Guijo de Granadilla.
(58)
Ahigal.
(59)
Eljas.
{60)
Cabezuela del Valle.
(61)
Guijo de Santa Bárbara.
(62)
Aldeanueva del Camino.
(63)
Nota 56.
(64)
Galisteo.
(65)
Cedillo.
(66)
Garrovillas.
(67)
Descargamaría
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Domínguez Moreno, José María
Las Campanas en la provincia de Cáceres: Simbolismo
de identidad y agregación
Año: 1988 Revista número: 96 (pp. 183-193)
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Sin
embargo, por toda la geografía cacereña se ha impuesto la sustitución del
«nombre de pila» por otro más popular, atendiendo a aspectos dispares:
dimensiones, acústica, función...Así «Alta Clara» y «Camacha» relegan al
olvido a los primitivos de San Gervasio y San Protasio, dos de las campanas
de la catedral de Plasencia. La campana llamada Virgen de la Soledad, de la
ermita de San Pedro de Torrejoncillo, pasará a denominarse «La Romera», por
llamar a la salida campestre del lunes de Pascuas. La Santa Bárbara de la
iglesia de Zarza de Granadilla será sólo «Bárbara». De otras se desconoce la
denominación primitiva, aunque no la debida al ingenio del pueblo. Sirvan las
siguientes como muestra: «Leona» y «Cachorra», las del santuario de Nuestra
Señora del Puerto, en Plasencia; «Grande», «Clara» y «María Gallina», de
Ahigal, encargada esta última de los toques del ángelus; «Madrina», la que en
Marchagaz pregona los bautizos; «Sargenta», la que marca la hora de la comida
en Abadía; «Gorda» (dobla a difuntos), «Sermonera» (toca a misa),
«Pascualeja» (tañe a bautizos) y «Alcagüeta» (anuncia la toma de posesión de
los canónigos), de la catedral de Coria (31).
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Domínguez Moreno, José María
Las campanas extremeñas en el contexto
antropológico
(Este trabajo viene a complementar al que, bajo el
título de «Las campanas en la provincia de Cáceres: simbolismo de identidad y
agregación», apareció en el número 96 de la REVISTA DE FOLKLORE, págs. 183 y
ss.)
Año:
1990 Revista número: 112 (pp.
130-137)
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