Leyenda (sin título)
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Que
un día, los habitantes de Granadilla vieron a un harapiento que subía la
cuesta que conduce a la puerta principal de la amurallada Villa. Tenía una
barba descuidada y su calzado estaba roto, su chaqueta con desgarrones y su
andar muy cansino a pesar de sus pocos años. Pidió agua a una niña que subía
con un cántaro que traía de la fuente del olivar, se sentó en un poyo de piedra,
viéndose enseguida rodeado de hombres y chiquillos a quienes les dijo:
- Vengo de muy lejos; de tierra de moros. Allí
reina la peste y en Granada en un sólo día murieron más de quinientas
personas; si queréis salvaros, iros a la sierra porque allí no llegará el mal.
- Ahí viene la Condesa, dijo una voz.
Seguida
de dos damas y de un paje, avanzaba hacia el grupo la Condesa Dª Leonor. Por
entonces era una dama que había sobrepasado los cuarenta años, pero que aún
conservaba su belleza en todo su apogeo. Dª Leonor se había recluido en su
castillo y estaba entregada por completo al cuidado de su hija enferma.
- ¿Qué dice ese hombre?- preguntó Dª Leonor-. Y
un vecino le explicó lo que había dicho aquel joven.
Algo
especial debió ver la Condesa en él, porque sin más le ordenó que la
siguiera. Lo condujo a su estancia y le dijo:
- Creo que no has dicho la verdad a esas gentes.
Alguna cosa te traes por estas tierras y quiero que me lo digas.
El
harapiento se negaba a decir nada, pero una vez que fue sometido a tormento,
confesó y dijo:
- Es cierto que vengo del Reino de Granada en
donde he ejercido la profesión de médico, y soy judío. En el lecho de muerte
recibí la confesión de un moro principal que me reveló que en el río Alagón,
próximo a Granadilla, un antepasado suyo dejó un cofre lleno de alhajas y me
dio detalles exactos de donde debe estar. Yo quería sembrar el terror con la
noticia de la peste para dedicarme a buscar con toda libertad el tesoro.
No
pareció interesar tanto a la Condesa la noticia del tesoro, sino la profesión
del judío, y en seguida le preguntó:
- Si es cierto que sois médico, curad a mi hija y
después os facilitaré la búsqueda del tesoro.
El
judío, que dijo llamarse Absalón, fue llevado a la presencia de Dª Isabel,
bella joven tan hermosa como la madre.
Absalón
recibió seguidamente ricos vestidos, después de ponérselos se presentó ante
todos como un joven bien parecido.
Pidió
permiso a la Condesa y dio un paseo por la orilla del río, porque el tesoro
lo tenía obsesionado. Se desnudó y se arrojó al agua palpando el fondo con el
pie y observó que era muy fangoso. Siguió buscando y, ya desesperanzado,
salió del agua y volvió al castillo.
La
Condesa le rogó se esforzase en curar a su hija, y Absalón prometió hacer
todo lo posible por lograrlo.
Desde
aquel día se vio a ambos jóvenes con frecuencia por todos los alrededores del
castillo.
- Tengo curiosidad por conocer tu vida, le decía
la Condesa Isabel. Y Absalón fue contándole las penalidades que había pasado
en tierra de moros.
-¿Y nunca has estado enamorado?- le dijo-.
- Sí- le contestó él- de una mujer de mi
raza.
Una
tarde estando en el jardín, sintió sobre su cuello algo extraño, y al
sacudirse con la mano, vio caer al suelo una rosa y una voz que le decía si
se había asustado. Después fueron descubriendo ese mundo maravilloso del amor
mutuo.
- Esto no podemos ocultarlo durante mucho tiempo,
advirtió
Una noche bajaron al sótano y se internaron por un pasadizo que sale junto al río y pronto se encontraron en la orilla izquierda del Alagón, Isabel, presa de pánico quería alejarse cuanto antes del castillo.
- Debemos hacer algo por buscar el cofre del tesoro, insistió Absalón.
- Déjalo, no nos detengamos, insistía la Condesa.
Pero parecía como si Absalón tuviese sus pies bien pegados al fondo del cauce. Su silencio era angustioso, e Isabel ya no pudo resistir y avanzó hacia el agua y perdiendo pie, su cuerpo se hundió hasta el fondo.
Absalón corrió en busca de Isabel; tanteó durante mucho tiempo los alrededores y no dio con ella. Se fue en otra dirección y por fin logró agarrar el cuerpo de su amada y con grandes esfuerzos consiguió sacarla a la orilla.
Cogió a Isabel en sus brazos y, lívido y demudado, corrió con ella hacia el castillo. Antes de llegar a la puerta cayó desvanecido sobre el cuerpo de Isabel.
Dice la leyenda que Dª Leonor, al día siguiente, mandó cortar la cabeza a Absalón de un solo tajo. Sobre la almena más alta del Castillo, se dice, todavía conserva la piedra granítica mancha de aquella sangre.
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FUENTE: No se ha podido precisar el autor, ni lugar de la publicación.
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